En Chile, la desigualdad de ingresos no sólo ha dificultado el pleno desarrollo, sino que ha debilitado la vida democrática y limitado, en consecuencia, las oportunidades para las personas. Esto tiene consecuencias sobre el bienestar social y la salud, afectando profundamente la convivencia, lo que se traduce en un efecto nocivo para la cohesión social que es fundamental para los avances en temas de igualdad y justicia en el país.

Pero el problema es que la pobreza, en cuya base está la desigualdad de ingreso, ha sido medida históricamente en relación con ese parámetro; sin embargo, y como las repercusiones de la desigualdad también han afectado el bienestar social, la salud, la educación y la cohesión social, a partir de 2013 se comenzó a medir la pobreza desde una mirada multidimensional.

De ahí, entonces, que la medición multidimensional de la pobreza incorporó las siguientes dimensiones: Educación (niveles de asistencia, rezago escolar, niveles de escolaridad); Salud (tasas de malnutrición, adscripción al sistema de salud, atención); Trabajo y Seguridad Social (ocupación, seguridad social, jubilación); Vivienda y Entorno (condiciones de habitabilidad, acceso a servicios básicos, características del entorno); Redes y Cohesión Social (Apoyo y participación social, trato igualitario, seguridad).

Si bien las políticas públicas de los últimos años han permitido avanzar en la reducción de la pobreza de Chile, situada en 10,8% según la última encuesta CASEN, hay desafíos urgentes de abordar en materia de vivienda, salud, inclusión, cooperación al desarrollo, educación, medio ambiente, entre otros.

En ese diagnóstico, en el que las personas son el eje central de la mirada del sector social, es que las Fundaciones y Organizaciones Sin Fines de Lucro (OSFL), indistintamente de la naturaleza de sus labores, son actores clave para construir una sociedad que promueva la dignidad humana, desde sus despliegues territoriales, movilizaciones de equipos, capacidades y la sensibilización social.

En Banca Ética, hemos venido trabajando desde hace cinco años con algunas Fundaciones y OSFL y hemos detectado que, en muchos casos, no tienen integrado el financiamiento privado como la posibilidad cierta de materializar proyectos, aumentar la cobertura y, en definitiva, incrementar el impacto positivo de lo que hacen en la vida de las personas.

Esto se debe a que por norma general las Fundaciones y OSFL han subsistido gracias a las donaciones y los eventos para recaudar fondos, estrategias que en los últimos años con la pandemia del COVID-19 y sus efectos, han sido canceladas o suspendidas, dejando a instituciones y grupos prioritarios en un suspenso crítico.

Creemos entonces que es fundamental conocer qué hacen las Fundaciones y OSFL para comprender cómo se les puede impulsar para que sigan cumpliendo con la labor esencial que ejercen para reducir las brechas de desigualdad. La Agenda 2030 nos desafía a no dejar a nadie atrás, por lo que las personas, Fundaciones y OSFL no pueden seguir esperando. En momentos de crisis y angustia llegar con velocidad donde más se requiere es fundamental.

Conocer su trabajo nos ha permitido advertir que las condiciones de desarrollo de una persona están, en esencia, circunscritas a la posición territorial que ocupan, la que determina en gran medida el tipo de alimentación, niveles cohesión social, acceso a un medio ambiente libre de contaminación, calidad de la vivienda, educación, salud, entre otras.

Estamos convencidos de que co-diseñar alternativas que permitan movilizar iniciativas de impacto positivo es el camino para seguir en conjunto con diversas Fundaciones y OSFL. Por ello, poner el foco en el territorio y sus contextos nos permite entender al ser humano en su relación con otros y por tanto permite identificar los desafíos a abordar desde una perspectiva causa-efecto diferente a la tradicional, para así potenciar el impacto positivo a escala nacional.

Fernanda Cerda
Subgerenta comercial
Área Desarrollo Social Banca Ética/Doble Impacto

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